martes, 4 de agosto de 2015

Aforismos por Max Aub

  • La libertad no hace felices a los hombres. Los hace, simplemente, hombres.

  • Todo el que tiene que trabajar para vivir, es explotado.

  • Cuanto más se trabaja, menos se piensa: que el cansancio sólo produce sueño. El trabajo es el opio de los pueblos.

  • Los hombres son libres, pero tienen miedo de su libertad. Entonces inventan cadenas y se regodean con ellas.

  • Los hombres para andar por el mundo necesitan llevar papeles. No pueden nacer sin ellos. El esfuerzo, la voluntad, la inteligencia, la honradez, no cuentan para nada frente a los papeles. Son capaces de matar ion tal de conseguir unos papeles, aunque sean falsos.

  • El fin de muchos tiranos reside de raíz en su soberbia.

  • Contra la tiranía todo es lícito y ninguna ley obliga.

  • No hay nada peor que la costumbre. El hábito de mirar y de ver siempre lo mismo embota el entendimiento. Lo saben los dictadores, y machacan, machacan.

  • Los que teniendo voz callan, no son hombres.

  • Cifran los hombres su ideal en la libertad, amontonando fronteras. Quieren viajar para aprender, su máxima ilusión, e inventaron los pasaportes, y los visados para entorpecer su paso. Detiénense y hácense detener en líneas arbitrarias, tiralineadas al azar de los tratados. 

  • Todo el sentido del mundo de hoy cabe en dos frases dichas o mejor desdichas: Ganarse la vida, dicen los pobres. Matar el tiempo, dicen los ricos.

  • Ninguna dictadura puede sobrevivir sin violencia.

  • Enemigo personal de la ignorancia, no puedo estar de acuerdo con una época cuya expresión más clara es buscar que medio mundo ignore al otro; que no se sepa, en Occidente, lo que sucede de bueno en Oriente, que no se olfatee, en Oriente, más que lo malo de Occidente. Nunca ha reinado tanto el oscurantismo como en estas décadas que han visto desarrollarse explosivamente los medios de información; jamás, sabiendo tanto, se ha procurado que se sepa menos.

  • La revolución, al precio de abandonar lo humano, no vale la pena.

  • Para mí, un intelectual es aquel para quien los problemas políticos, son, ante todo, problemas morales.


  • El nacionalismo —ese racismo— está en plena floración.

  • Los nacionalismos han incrementado terriblemente los daños del siglo XX

Título: Aforismos en el laberinto
Autor: Max Aub
Año: 1903-1972 
País: Francia
Género: Aforismos

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Fragmentando...Se busca una mujer de Charles Bukowski

Charles Bukowski
Como cualquiera podrá deciros, no soy un hombre muy agradable. No conozco esa palabra. Yo siempre he admirado al villano, al fuera de la ley, al hijo de perra. No aguanto al típico chico bien afeitado, con su corbata y un buen trabajo. Me gustan los hombres desesperados, hombres con los dientes rotos y mentes rotas y destinos rotos. Me interesan. Están llenos de sorpresas y explosiones. 

También me gustan las mujeres viles, las perras borrachas, con las medias caídas y arrugadas y las caras pringosas de maquillaje barato. Me interesan más los pervertidos que los santos. Me encuentro bien entre marginados porque soy un marginado. No me gustan las leyes, ni morales, religiones o reglas. 
No me gusta ser modelado por la sociedad. 

Título: Se busca una mujer
Título original: South of No North, Black Sparrow
Autor: Charles Bukowski
Año: 1973
País: Alemania-Estados Unidos
Género: Historias breves

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Prefacio del autor de El amante de Lady Chatterley

D.H. Lawrence
Contra todo lo que pueda afirmarse, quiero declarar que ésta es una novela honesta, saludable e incluso necesaria para los hombres actuales. Hay palabras, sin duda, que van a parecer escandalosas; pero una vez transcurrido un momento, ya habrán dejado de escandalizar. ¿Acaso porque nuestra inteligencia está maleada por la costumbre? En modo alguno: sencillamente, lo que sucede es que las palabras escandalizan nuestra vista, al leerlas, pero no han escandalizado nunca nuestro espíritu. Que las personas que carecen de éste continúen escandalizándose, no cuentan. Por el contrario, las personas de espíritu han comprendido que no se escandalizan; que en realidad no lo han estado nunca… y experimentan así un gran alivio.

Esta es la clase de todo. En cuanto seres humanos que somos, hemos evolucionado, cultivando nuestro espíritu hasta superar los tabúes implícitos en la cultura que heredamos.
Importa mucho reconocerlo así.

Para los hombres que vivieron, por ejemplo, en tiempos de las cruzadas, las palabras poseían una fuerza evocadora que no podemos siquiera sospechar. En consecuencia, la fuerza evocadora de las palabras tenidas por obscenas debió ser peligrosísima para los temperamentos simples, broncos y violentos de la Edad Media. E incluso hoy en día quizá sea todavía demasiado fuerte para las naturalezas bajas, inmaduras o poco evolucionadas. Empero, una auténtica cultura nos permite a los demás no atribuir a un vocablo determinado más que las respuestas intelectuales e imaginativas que corresponden a la inteligencia, con lo que nos ahorra, aquellas reacciones de tipo estrictamente físico, irrazonadas y brutales, que suelen resultar tan inquietantes para la decencia social. En otras épocas el hombre disponía de un espíritu excesivamente flojo, de modo que consideraba su cuerpo y las funciones del mismo sintiendo el estorbo de muchas reacciones físicas irreductibles para él. Ahora no es así. La cultura y la civilización nos han adiestrado para que aislemos la palabra del hecho, la idea de la acción o de las reacciones físicas. Sabemos que el acto no subsigue necesariamente a la idea. En realidad, el pensamiento y la acción, como la palabra y la acción misma, son formas separadas de la consciencia: como dos existencias que seguimos paralelamente. Necesitamos continuidad. Pero cuando estamos actuando no pensamos, y a la inversa. Nuestra necesidad consiste en actuar según nuestros actos. Pero mientras pensamos que no podemos actuar verdaderamente; y tampoco cuando estamos actuando podemos verdaderamente pensar. El pensamiento y la acción se excluyen mutuamente; aunque es preciso lograr su armoniosa coexistencia.

Aquí tenemos el auténtico significado de esta novela. Yo deseo que los hombres y las mujeres que me lean puedan “pensar” las cuestiones sexuales plena, honesta y propiamente. Y aunque no puedan “actuar” sexualmente a su plena satisfacción, sepan al menos pensar sexualmente con plenitud y claridad. Todas esas historias de jovencitas virginalmente blancas, como páginas donde nadie escribió, son simplezas. Una joven o un joven son como una martirizada trama, una crepitante confusión de sentimientos y de pensamientos sexuales que sólo el tiempo llegará a desenmarañar. Muchos años empleados en pensar honestamente en las cuestiones sexuales, así como dedicados a hacerlas trabajosamente, no cumplida, a la plenitud sólo posible cuando la acción y los pensamientos sexuales se hallan en armonía, esto es, cuando no se obstaculizan recíprocamente.

Estoy muy lejos de defender que todas las mujeres hayan de correr detrás de sus guardabosques para convertirlos en sus amantes. No menos lejos estoy de defender que deban correr detrás de cualquiera. Son muchos los hombres y mujeres de hoy que tengan todas las de ganar en la abstención, es decir, en permanecer sexualmente solos: es decir, puros; y al propio tiempo en conocer y comprender más profundamente la sexualidad. Nuestro tiempo se inclina más a la comprensión que a la acción. ¡Hubo tanta acción en el pasado! Sobre todo, ¡hubo tanta acción sexual, tan abusiva repetición de las mismas cosas, sin el pensamiento correspondiente, o sea, sin comprensión! Nuestra actual misión importa más aún que la acción misma. Ahora semejante comprensión importa más aún que la acción misma. Después de muchos siglos de oscuridad, el espíritu quiere saber, y saber enteramente. El cuerpo había quedado demasiado en último plano.

Hoy día, cuando se actúa sexualmente la mitad del tiempo se está desempeñando un “rol”. Los hombres se conducen según lo que estiman que se espera de ellos. En cambio, en realidad, el que trabaja es el espíritu, mientras que el cuerpo requiere ser provocado. La razón estriba en que nuestros antepasados actuaron sexualmente con tal asiduidad, sin pensar nunca nada sobre ello ni por supuesto comprenderlo, que actualmente el acto tiende a convertirse en un mecanismo fastidioso y falaz: sólo una renovada comprensión, por obra de la mente, puede repristinar la ejecución material.
En materia sexual, el espíritu está retrasado. Lo está, a fin de cuentas, en todo lo que atañe a los actos físicos. Nuestros pensamientos sexuales se mueven en unas tinieblas, un temor inconfesado, que debemos también a nuestros antepasados, que todavía eran parcialmente bestias. Tan sólo en este ámbito no ha evolucionado nuestro espíritu. Pero es preciso que ahora recobremos el tiempo perdido, armonizado la consciencia de nuestras sensaciones corporales con las sensaciones mismas, la consciencia del acto con el acto mismo, logrando el acuerdo satisfactorio entre ambos. Ello no ha de implicar una falta de respeto a la sexualidad ni de un conveniente temor hacia la extraña experiencia del cuerpo. Tampoco supone coartar el uso de palabras que se consideran obscenas, porque éstas forman parte naturalmente de la conciencia que el espíritu posee del cuerpo. La obscenidad no se realiza más que cuando el espíritu teme o desprecia el cuerpo, o bien cuando éste odia el espíritu y se subleva contra él.
El caso del coronel Barker nos da luz sobre la extensión del mal. El llamado coronel Barker era, en realidad, una mujer que pasaba por varón: contrajo matrimonio y vivió con una mujer auténtica en un “perfecto” entendimiento conyugal. Aquella pobre mujer permaneció convencida de que estaba casada normalmente con un varón. Cuando por fin supo la verdad, el refinamiento de su cruel situación sobrepasa cualquier imaginación. ¡Era una monstruosidad! No obstante, en nuestros días hay millares de mujeres dispuestas a dejarse engañar de modo parecido a incluso a persistir en su error. ¿Por qué razón? Porque no saben nada; porque son incapaces de pensar sexualmente. En este sentido, son unas desdichadas imbéciles. Vale más poner este libro en manos de todas las jovencitas.

También hay otros casos: el maestro de escuela respetable, el venerable pastor que, tras muchísimos años de vida virtuosa, a los setenta y cinco años se ve confinado, sentenciado por ultrajes a menores. Y esto sucede precisamente cuando el ministro del Interior –también viejo- clama a grandes voces e impone un púdico silencio sobre todas las cuestiones sexuales. ¿Cómo no le hizo meditar un poco la aventura lamentable de aquel otro anciano señor, hasta entonces tan respetable y tan puro?
Pero éstos son los hechos. El espíritu conserva, allá en el fondo, su antiguo temor al cuerpo y al poder de éste. El terror que el cuerpo inspira al espíritu hizo enloquecer a muchos hombres. La demencia de una personalidad tan grande como Swift se explica en parte por esta razón. En el poema, dedicado a su querida Celia, el estribillo consiste en estas palabras: - ¡Pero, Celia, Celia, Celia c...!. Así descubrimos la que puede sobrevivir a una gran inteligencia cuando padece pánico. Aquel hombre, tan espiritual, no podía comprender que se ponía en ridículo. ¡Naturalmente que Celia c…! ¿Quién no hace otro tanto? Si acaso ella no lo hiciera, sería mucho peor. ¡Qué absurdo! Imaginemos a la pobre Celia, humillada en sus funciones naturales por su “amante”. ¡Monstruoso! Pues bien, de todo esto tienen la culpa esas palabras “tabú” y la falta de conciencia en que abandonamos al espíritu en materia física y concretamente sexual.

En contraste con el puritanismo que se impone -¡Chisssst!- y que produce el imbécil sexual, hallamos en el ferrocarril a la joven emancipada y sin prejuicios, que no escuchaba ningún –Chissst- y lo hace lo que le place. En vez de temer al cuerpo y de negar su existencia, los jóvenes avanzados van al extremo contrario y lo usan como una especie de juguete que sirve para divertirse: un juguete en cierto modo desagradable, pero que permite un poco de esparcimiento antes que lo perdamos. Esos jóvenes hacen mofa de la pretendida importancia de la sexualidad, la toman por una especie de “cocktail” y la emplean para ridiculizar a las personas mayores. Llenos de suficiencia, displicentes, minusvaloran un libro como “El amante de Lady Chatterley”: esta novela es demasiado sencilla y natural para ellos. Encuentran en ella unas palabras sucias que no les interesan y una actitud respecto del amor que ya consideran anticuada. ¿Para qué tantas historias? ¡Tomad el amor como un “cocktail”! Dicen que este libro refleja la mentalidad de un muchacho de catorce años. Pero tal vez dicha mentalidad, que conserva ante lo sexual un poco de respeto y de temor, sea más sana que la del joven de “cocktail”, que nada respeta y no tiene más que hacer (para ocupar de algún modo su espíritu) que jugar con los juguetes de la vida, especialmente con el amor, rebajando más y más su propio espíritu a medida que avanza en su juego…

En fin, el campo de acción de este libro es muy estrecho, pues se encuentra limitado entre el puritano chapado a la antigua, siempre temeroso de la inocencia sexual, la gente de la joven generación de moda, que cree – Podemos hacerlo todo: si queremos pensar una cosa, podemos ejecutarla-, y el bárbaro de alma ruin y espíritu impuro, que busca deliberadamente la inmundicia… No obstante, debo decirles a todos:
Guardaos vuestras perversiones, si tanto os agradan: vuestras perversiones de puritanismo, o de desvergüenza a la moda, o de simple y burda grosería. Yo defiendo mi libro y mi posición: la vida no es aceptable sino con la condición de que el cuerpo y el espíritu vivan en buena armonía, existiendo entre ambos un equilibrio natural y experimentado una aceptación y un respeto mutuos.

Título original: Lady Chatterley's Lover
Autor: David Herbert Lawrence (D.H. Lawrence)
Año: 1928
País: Inglaterra
Género: Novela (Prefacio)

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Va de principios...El guardián entre el centeno de J. D. Salinger

Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A. D. B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme todos los fines de semana. Él será quien me lleve a casa cuando salga de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un <<Jaguar>>, uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por ahora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado. Ahora está forrado el tío. Antes no. Cuando vivía en casa era sólo un escritor corriente y normal. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D. B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren.

Título: El guardián entre el centeno 
Título original: The catcher in the Rye
Autor: Jerome David Salinger (J. D. Salinger)
Año: 1951
País: Estados Unidos
Género: Novela

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-¡Oiga!- le dije -. Esos patos del lago que hay cerca de Central Park South…Sabe qué lago le digo, ¿verdad? ¿Sabe usted por casualidad adónde van cuando el agua se hiela? ¿Tiene usted alguna idea de dónde se meten?



lunes, 3 de agosto de 2015

Parafraseando...Ateísmo (I)


  • Un mito es una religión en la que ya nadie cree. (James Feibleman, 1904- )
  • La idea de dios es el único mal que no puedo perdonar al hombre. (D.A.F. Sade, 1740-1814)
  • El escepticismo es el primer paso hacia la verdad. (Denis Diderot, 1713-1784)
  • Es una de las supersticiones de la mente humana imaginarse que la virginidad pueda ser una virtud. (Voltaire, 1694-1778)
  • Sigo diciendo que una torre de una iglesia con un pararrayos en la parte superior muestra una falta de confianza. (Doug McLeod, 1946- )
  • La religión es comparable con la neurosis infantil. (Sigmund Freud, 1856-1939)
  • La única iglesia que ilumina es la que arde. (Piotr Kropotkin, 1842-1921)
  • Si 50 millones de personas creen en una cosa estupida, esa cosa continúa siendo una cosa estúpida. (Anatole France, 1844-1924)
  • Rendirse ante la ignorancia y llamarla dios siempre a sido prematuro, y sigue siéndolo hoy. (Isaac Asimov, 1920-1992)
  • La búsqueda de dios es una ocupación inútil, pues no hay nada que buscar donde nada existe. A los dioses no se les busca, se los inventa. (Máximo Gorki, 1868-1936)
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Va de principios...Fantasmas de Chuck Palahniuk


Se suponía que esto era un retiro para escritores. Se suponía que era seguro.
Una colonia aislada para escritores, donde pudiéramos trabajar,
dirigida por un anciano muy anciano y moribundo llamado Whittier,
hasta que dejó de serlo.
Y se suponía que teníamos que escribir poesía. Poesía bonita.
Todos nosotros, sus alumnos aventajados,
encerrados sin contacto con el mundo ordinario durante tres meses.

Y entre nosotros nos pusimos nombres como «el Casamentero». Y «el Eslabón Perdido».

O «la Madre Naturaleza». Etiquetas tontas. Nombres que se nos ocurrían.
De la misma forma que cuando eras niño te inventabas nombres para las plantas y los animales que había en tu mundo. A las peonías pegajosas de néctar e infestadas de hormigas: las llamabas «flores hormigueras». Y a los collies «Perros Lassie».
Pero incluso ahora, sigues llamando a alguien «ese hombre con una sola pierna». O «ya sabes, la chica negra».

Nos llamamos los unos a los otros:

«el Conde de la Calumnia».
O «la Hermana Justiciera».
Los nombres nos los ganábamos en base a nuestros relatos. Los
nombres que nos poníamos entre nosotros
basados en nuestra vida y no en nuestros apellidos:
«la Dama Vagabunda»,
«el Agente Chivatillo.»
Basados en nuestros pecados y no en nuestros trabajos:
«San Destripado».
Y «el Duque de los Vándalos.»
Basados en nuestros defectos y crímenes. Al contrario que los nombres de los superhéroes.

Nombres tontos para gente real. Como si abrieras con un

cuchillo una muñeca de trapo y dentro encontraras:
intestinos de verdad, pulmones de verdad, un corazón que late, sangre. Mucha sangre caliente y pegajosa.
Y se suponía que teníamos que escribir relatos. Relatos graciosos.
Éramos demasiados, aislados del mundo durante toda
una primavera, un verano, un invierno o un otoño. Una estación entera de aquel año.

No importaba qué clase de personas fuéramos, no para el viejo señor Whittier. Pero esto no lo dijo de entrada.

Para el señor Whittier éramos animales de laboratorio. Un experimento.

Pero no lo sabíamos.

No, esto solamente fue un retiro para escritores hasta que ya fue demasiado tarde para que
fuéramos otra cosa
que sus víctimas.

Título: Fantasmas

Título original: Haunted
Autor: Chuck Palahniuk
Año: 2005
País: Estados Unidos
Género: Novela

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Chuck Palahniuk